Artículo del poeta cubano José Abreu Felippe recientemente publicado en Neo CLub Press (Miami).
En los albores de este siglo XXI, cuando todo parece que se reduce a un sucumbir al culto de consumir objetos y donde mirar alrededor es una invitación a digerir violencia y morbo como entretenimiento y farándula como cultura, siempre es más que alentador tropezarse con un buen libro de poesía. De poesía, repito.
Aunque parezca insólito y atemporal, todavía hay personas que escriben poesía. Una de ellas es Joaquín Gálvez (La Habana, 1965), quien junto al desaparecido Eddy Campa (Little Havana Memorial Park) y Esteban Luis Cárdenas (Ciudad mágica) conforman una tríada de silenciosos constructores –cantores– desde el alma de esta ciudad, Miami, tan vilipendiada y tan envidiada a la vez. No son los únicos, desde luego: entre los rascacielos y las supercarreteras que renuevan el paisaje; por las paredes de las asépticas construcciones encargadas de borrar la memoria inmediata o en un sitio con historia que desaparece; en las ramas recicladas de un árbol recién derribado o en la hierba y la tierra que ceden su espacio a galimatías de concreto con oscuros propósitos, vagan sombras, voces, cadencias de otros viajeros sobre la tierra, de otros elegidos por la locura lúcida de la palabra.
Y precisamente de viajes y elegidos, de cosas o hechos que se pierden o que se sustituyen y de los que sólo, acaso, podremos retener mediante la palabra –Un pobre día, condenado a ser cadáver de la memoria– trata El viaje de los elegidos (Betania, 2005). De eso, y de los temas de siempre. La cotidianidad, la belleza y la muerte, el silencio y la lluvia, la luz y las sombras, el sin sentido de este viaje hacia la nada haciéndonos las mismas preguntas, sabiendo de antemano que no encontraremos respuestas. Porque, tal vez, lo que importa, como tantas veces se ha dicho, no es la meta, sino el camino: la trayectoria de la flecha, no el arquero ni el blanco: He perdido el paraíso, pero no la eternidad de su instante. Lo que verdaderamente importa, si es que algo verdaderamente importa, es el elegido en su único viaje. Y la razón es muy sencilla –parece decirnos Joaquín Gálvez–, todos y cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles y cuando nos paramos frente al espejo –un símbolo que se repite en la obra–, la imagen que nos mira es la máxima originalidad a la que podemos aspirar. La tarea es calcarla, atraparla, reproducirla, mientras realizamos el viaje hacia la nada. Un avanzar en círculo, donde cada viajero es la sombra de un antecesor desconocido: Toda voz es continuación/ y regresión de una misma voz,/ de la que no hallamos su raíz primera./ La única voz original es el silencio.
No obstante está el amor, la belleza apresada en un cuerpo de mujer, la compañía que nos ayuda a soportar el espanto. Los hijos que vemos crecer. Alguna canción de los Beatles. Y también la noche que puede ser una mano –Rilke– que desciende en la negrura sobre la cama o un anuncio, una advertencia, para que no pierda, no desvirtúe, su importancia: La ciudad se define cuando tú abres los ojos. Recorrer la noche a través del tiempo siguiendo las palabras de aquellos que la cantaron, la vivieron o la padecieron, porque: Sólo tus ojos mágicos encuentran las llaves del tiempo. Así la noche se torna en una compañía del viajero. Un cómplice.
El viaje de los elegidos está dividido en tres partes que se complementan: Hallazgos del eterno viajero de la nada, Impromptus desde mi pausa –que incluye diez haikus; el número IX es una joya de modernidad– y Noticias del otro lado del reino. Abre con un prólogo en prosa y cierra con un epílogo en verso, nada convencionales. Minucioso, minimalista a veces, el relato del viaje transcurre sosegado, como contado al oído. Nada altera la tensión del arco ni la trayectoria de la flecha. Ni siquiera las sombras que acuden al conjuro de las palabras: e. e. cummings –a quien otro poeta, Juan Cueto Roig ha vertido al castellano con gran belleza y no menos amor, recientemente–, Pound, Tagore, Borges, Quevedo, Reinaldo Arenas o Juanqui Pulido –uno de los poemas más hermosos y más conmovedores del libro está inspirado en él–, logran alterar su paso; más bien incitan a continuar el viaje. Un libro raro en estos tiempos masificados donde las flores son digitales y los cielos delineados por computadoras. Un libro sólido que nos ayuda a descubrir nuestro propio sendero.
Joaquín Gálvez reside en Miami desde 1989. Cursó estudios de periodismo y obtuvo una Licenciatura en Humanidades en Barry University. En su obra, que ha sido traducida al inglés y profusamente antologada, destaca el poemario Alguien canta en la reseca (Término, 2000).