Revista Decir del Agua
(enero 2007)
Efraín Rodríguez Santana
FELIPE LÁZARO, LA ISLA ENTERA
A finales de 1994 viajamos a Madrid un grupo de poetas cubanos invitados a participar en el Encuentro La Isla Entera, que auspiciaban el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, la Universidad Complutense y Casa de América. Luego de casi cuatro décadas, creíamos estar rompiendo con una barrera política que nos desunía, que nos hacía extraños, incluso en el terreno de la poesía. Allí tuve la posibilidad de conocer a algunos poetas cubanos del exilio que se convertirían en muy buenos amigos y que con el tiempo me abrirían las puertas de otra Cuba, antes mal entendida y a veces desconocida por mí, una Cuba múltiple que se construía en diversas partes del mundo.
Recuerdo que en la Complutense compartí mesa de trabajo con Gastón Baquero, el Gastón de Orígenes, de la Cuba Secreta zambranista, de Testamento del pez, de Palabras escritas en la arena por un inocente, el periodista de toda una época convulsa y oscura de la república cubana. El poeta de un largo exilio, entregado a la recuperación de su imaginario poético, a la reinvención de la historia como única identidad válida para la creación.
En esa Isla entera conocí a Heberto Padilla, el Heberto de Infancia de William Blake y Fuera del juego. Al principio quedé un poco desubicado; por un instante tuve la impresión de estar ante un hombre arrebatado por un humor corrosivo que nos condenaba a todos por “espías”, refiriéndose a mujeres enigmáticas, casi ficticias, que de pronto aparecían frente a él como espejismos eróticos, enviadas, según sus propias acotaciones, por las mismísimas fuerzas represoras de la Isla partida. Heberto, el paranoico perseguido, el bebedor incansable, el conversador ríspido, transformado en su momento en protagonista de uno de los episodios más oscuros de la historia cubana contemporánea, sometido a encarcelamiento y retractaciones, censurado y condenado, convertido sin más en “caso Padilla”. Mucha razón tendría él al augurar: “Vivir la vida no es cruzar un campo”. Ese era el lema de su libro Fuera del juego en el concurso de la UNEAC de 1968. Fue premiado y tuvo que cruzar un campo minado.
Una mañana me invitó a desayunar y salimos de la Residencia de Estudiante donde estábamos hospedados hacia uno de los tantos cafés de la ciudad. Tuvimos una larga conversación, Heberto estaba reposado y preguntaba con verdadera curiosidad sobre La Habana y amigos ausentes, sobre sus últimos acontecimientos, de esa manera me convirtió en sus ojos habaneros en aquella ocasión. Fue amable e ingenioso, también inevitablemente cáustico. Como en Memorial de un testigo, “…yo estaba allí, en el Allí de un Espacio escribible con mayúscula…”
Pepe Triana y Chantal me depararon otras sorpresas agradables; con ellos había tenido en Cuba una relación prolongada. A Pepe le gustó mi primer libro, El hacha de miel, yo había quedado fulminado por su Noche de los asesinos y por sus poemas, de una imaginación vertiginosa, que él leía con una fuerza dramática propia de grandes escenarios. Pepe era de una voluptuosidad y de una sencillez impresionantes. Verlo en Madrid, en esa Isla entera, tantos años después, fue extraordinario y me remitió a aquellos encuentros en su casa del Nuevo Vedado o en la calle 110 de Miramar, junto a otro inolvidable, Ezequiel Vieta. Cuando nos vimos, comprobamos que podíamos callar y al mismo tiempo saber. Claro que intermediados por aquella cara suya, tan especial. Y como el gran dramaturgo que es, al terminar nuestras sesiones de trabajo, se retiraba diciendo jocosamente que tocaba ahora llegar al hotel a “hacerse la cara”. Decía “necesito tiempo para hacerme la cara”. Después nos veíamos en la noche y allí estaba con su cara recién hecha, sempiterno rito teatral.
Otro convidado particular para mí fue José Kozer, no se cansó de elogiar la capacidad creativa de ciertos jóvenes poetas cubanos de dentro. Como su propia escritura neobarroca, era inabarcable, ofrecía tantas aristas al conocimiento, que quedé sorprendido con sus reflexiones y sus poemas. Después tuve la dicha de compartir con él y Guadalupe en La Habana. El “autor camaleón”, como escribiera su crítico y traductor brasilero, Claudio Daniel, es una de las figuras más dinámicas y sólidas de la llamada “poesía diaspórica”, que se construye en ese vasto archipiélago cubano disperso por el mundo, a partir de una constante mezcla de lenguajes y culturas, registros éstos que operan y se renuevan en la ya mítica Torre Kozer.
También conocí a Mario Parajón, a Nivaria Tejera, a Orlando Rossardi, a Pío Serrano, con quien he mantenido una relación muy cercana a lo largo de los años. He publicado en su editorial Verbum Otro día va a comenzar, libro que mereció el Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero. De nuevo Gastón, y con él, algunos amigos que han sido como guardianes de su obra: Víctor Batista, León y Pilar, Pío y Aurora, Felipe y Marisa, Ángel Rodríguez Abad.
Cuento todo esto, en verdad, para llegar a Felipe Lázaro. Creo que esa capacidad orgánica que tiene él para ser un hombre cabalmente democrático, para entender y después respetar los derechos de los demás, para salir en defensa de un equilibrio humano que establezca esa tan necesaria pluralidad de ideas que debiéramos merecer los cubanos, es lo que me conmueve más.
Felipe, nuestro güinero nostálgico, es el evocador contumaz de una tierra que tuvo que abandonar de niño. De ahí que el exilio sea uno de los temas más recurrentes en su poesía. De ahí que haya podido fundar una editorial como Betania. Su capacidad de reivindicación de lo cubano ha sido una de sus principales marcas de identidad. La amistad, una forma inevitable de entendimiento.
Con cada visita a España, sabía que allí estaba la generosa presencia de Felipe. Cuántos recorridos hemos hecho por esa Madrid nocturna, cuántos bares hemos abierto y cerrado, cuántas calles y plazas y barrios recorridos con una carga cubana a prueba de peticiones. Así es como mejor he conocido Madrid, toda su noche y el amanecer.
Claro está que el día nos devolvía a otras realidades, para Felipe sus realidades cotidianas han estado volcadas durante los últimos veinte años hacia los libros que edita. Fundar, mantener, publicar más de cuatrocientos títulos, insistir en las ediciones cubanas, publicar a muchos autores inéditos, dar preferencia a la literatura del exilio, no ha sido tarea fácil. Betania, pudiéramos decir, pertenece a esa rara estirpe editorial ―Universal, Verbum, Colibrí— que testimonia en letra impresa el ideario diaspórico cubano.
Vale la pena entonces hacer un repaso por algunos de sus principales títulos: José Martí y sus Versos sencillos, Dulce María Loynaz y La novia de Lázaro, las sucesivas colecciones de entrevistas realizadas a Gastón Baquero, entre las cuales se destaca el título fundador, Conversación con Gastón Baquero, los libros del otrora popularísimo y discutido José Ángel Buesa, Nada llega tarde (antología); y Oasis, la edición facsimilar de un manual de cocina cubana de 1862, de autor anónimo, titulado El cocinero de los enfermos, convalecientes y desganados. Añadamos, además, los poemarios Voluntad de vivir manifestándose y Leprosorio, de Reinaldo Arenas; esa rara pieza poética que es La ciudad muerta de Korad, de Oscar Hurtado; los Ensayos de Arte, de Waldo Balart; El Grito, de José Mario; o Herejías elegidas, de Raúl Rivero. Y junto a estas obras, las publicaciones de otros autores como Matías Monte Huidobro, Ana Rosa Núñez, Pancho Vives, Magali Alabau, Iraidia Iturralde, Gustavo Pérez Firmat, Daniel Iglesias Kennedy, Lourdes Gil, Roberto Valero, David Lago, Rafael Bordao, Juana Rosa Pita, Carlota Caulfield, Maya Islas, Reinaldo García Ramos, Orlando Rossardi, Maria Elena Blanco, Jacobo Machover, Daína Chaviano, Nidia Fajardo, León de la Hoz, Alberto Lauro.
Felipe Lázaro ha sido un prolífico antologador. Recordemos Poetas cubanos en España (1988), Poetas cubanos en Nueva York (1988), Poetas cubanas en Nueva York (1991), Poesía cubana. La Isla Entera (1995) y su última compilación, Al pie de la memoria (2003), que reúne a poetas muertos en el exilio entre 1959 y 2002.
En uno de mis viajes regalé a Felipe los últimos poemarios de Ángel Escobar. Ya habíamos hablado de su poesía, de su trágica muerte, de lo que significaba este poeta para muchos de nosotros, de su cada vez más marcada presencia en la literatura de los más jóvenes. Repasamos Abuso de confianza, Cuando salí de la Habana, El examen no ha terminado, La sombra del decir. Volvimos a sus imágenes, a sus obsesiones, a la revisión cuidadosa de sus inquietudes y a aquella música que articulaba un decir original. Gastón Baquero lo había leído; en una ocasión me comentó que conservaba algunos de sus poemas. Entonces, en uno de esos amaneceres madrileños, cuando estaba a punto de acostarme, escuché el timbre del teléfono, descolgué con cierto sobresalto y me dispuse a escuchar: era Felipe; lo sentí emocionado, porque cuando Felipe se emociona no deja hablar a nadie. Aquella llamada era para comunicarme que había decidido publicar a Ángel y que yo era la persona indicada para preparar una antología sobre su obra. Aquel gesto fue maravilloso, en el 2002 salió Fatiga ser dos sombras.
La historia del exilio cubano se remonta a los propios orígenes de la nacionalidad. Cuba se ha hecho de lo que está dentro y fuera. Una Cuba bicéfala, entre el repudio y la atracción, entre la expulsión y la retención. Una Cuba repetida a través de los océanos y los continentes, reelaborándose constantemente, para no pasar de moda. Una Cuba obstinada e inteligente, reconstruida también en la ausencia, idealizada, transportada por los sueños y las utopías. Una Cuba asimismo hundida desde dentro y desde fuera. Veo en esa Cuba plural y turbulenta a Felipe Lázaro, apostando por ella, creyendo que todavía es posible una recuperación milagrosa, por medio de la poesía, testamento.
São Paulo, 27 de octubre del 2006
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