Reseña del profesor y escritor venezolano Enrique Viloria Vera sobre la antología hispano italiana Para después / Peri l domani (Hebel / Betania, 2018) del poeta peruano salmantino Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, 1962), publicada el 20 de septiembre de 2018 en Crear en Salamanca.
Ver taimado, como elipse, el tuyo.
¿Acaso finges no ver, ciego ya para no sentir?
Alfredo Pérez Alencar
Finamente editada por las editoriales Hebel y Betania, con una portada que es una exaltación del amor y de la vida simple, correctamente traducida al idioma hermano por un grupo de escritores solidarios que no confirmaron el viejo aforismo latino, en efecto, no traicionaron la palabra del poeta peruano salmantino, los versos se leen con deleite tanto en el español de Cervantes, Quevedo, Vallejo, Baquero y de Gabriela Mistral como en el italiano de Dante, Ungaretti, Montale, Pavese y María Luisa Spaziano.
Confieso que, en una primera aproximación a esta antología poética, me sorprendió su título: Para después / Per il domani, debido a que no se me correspondía con el quehacer de nuestro poeta que anda siempre inmerso en plurales emergencias existenciales; pensé que Alencart proponía-por el contrario-, una lasitud vital, una posposición de propósitos, un dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. Afortunadamente los propios versos de nuestro poeta místico, aclararon prontamente la duda. Leamos:
PARA DESPUÉS
Cuando ya no esté ni emocionado pueda verlos porque mi alma salió,
no lloren por el ayer que fui hacia arriba o hacia abajo.
Dos partes hagan de las cenizas.
Aviéntenlas luego a los ríos que me surcaron el corazón.
Y díganme adiós con un salmo de aquel que venció a Goliat.
Así abriré la ventana ciega con mi alma recostada en un olivo de Getsemaní.
En esta nueva antología Pérez Alencart confirma que no es un escritor de pocos y limitados temas que voltea, ensancha, encoge, pone de frente o de perfil, adorna, emperifolla, para que los poemarios -en principio diversos-, sean siempre la misma tesitura con diferente nombre. Nuestro poeta reitera que es un bardo de lo humano, a quien nada de lo que acontece al ser humano le es ajeno; en consecuencia, ofrece poemas de diferente alcance: amatorios, familiares, sociales, religiosos, de denuncia, laudatorios y agradecidos, humanitarios, de aquende y allende, de continua religación con el hombre –Dios que lleva en alma y conciencia.
En esta ocasión, vamos a referirnos a los poemas que en el capítulo Virgiliana evocan abiertamente la obra del poeta latino por antonomasia, y en la intimidad son sentido y merecido homenaje a su maestro Don Alfonso, fallecido recientemente y quien, tempranamente, lo enseñó a abrevar en las fuentes del saber occidental.
Bucólicamente, reposado, el poeta celebra que no pugna, combate, por lujos y prebendas, y prefiere reposar en dorados campos y canturrear en baja voz salmos que sosiegan el espíritu y le otorgan paz en tiempos de incomprensibles guerras.
Descreído de gangas, pasa de fotos, flash y paparazis, añorando la parusía de Píndaro y Virgilio a fin de que lean sus maduros versos y les den cobijo en sus obras inmortales.
Exalta sin ambages las amistades de Horacio y Virgilio, inculcadas por su maestro y amigo Alfonsus, quien sobrevivió los últimos años de su fructífera existencia, alejado de la memoria, pero no de la conciencia exigente de amor, paz y justicia. Nuestro poeta no admite desalmados en la patria de la amistad, en la que existe una placa para celebrar la dolorosa partida del fraterno poeta Eduardo Chirinos.
Detesta y combate la envidia que para muchos es el motor fundamental de la vida, les comunica sin alfeñiques que es inmune a las pedradas que le lanzan y les advierte que no sólo les dolerán las manos, sino que también es posible que esos pedruscos de innecesaria rivalidad pueden ser bumeranes justicieros que de regreso pueden dejar ciego a quien los lanza.
Versos desazonados, rabiosos, escribe Pérez Alencart para denunciar a los patronos explotadores que conciben a sus trabajadores como revividos siervos de la gleba. Se lamenta el poeta, se preocupa vivamente, porque el pan nuestro de cada día “dejó de ser esfuerzo y se ha vuelto lágrima”.
No podían faltar versos de amor para su mujer de los cien nombres, aquella que ronda donde el poeta yace, emborrachándolo con su olor almibarado, ahora su Jacqueline de siempre -princesa, morena, gacela-, se transforma por su reiterada entrega en una versión contemporánea de Dídimo, el de Cartago.
¡AUGURI CARO AMICO!
Enrique Vitoria Vera (Caracas, 1950). Autor de innumerables libros, su último título publicado es el libro de ensayos Apocalipsis Bolivarianos (Betania, 2018).