Líneas maestras, definiciones, recuerdos, ideas, homenajes, gravitan en esta conversación que han mantenido Aimée G. Bolaños y Mabel Cuesta sobre el libro de esta última, Inscrita bajo sospecha.
Aimée G. Bolaños (AGB): ¿Quisieras darnos, a tus lectores, algunas pistas? ¿Cómo escribiste el libro? ¿Autoficción? ¿Será el retrato de una joven artista viajera que se mira en el espejo de su escritura? ¿Podrías referirte al protagonismo de las ciudades?
Mabel Cuesta (MC): El libro nació y creció en un año, el año que cambió el curso y lo que podríamos llamar “el destino natural” de mi vida en Cuba (otoño de 2005 al verano de 2006). Lo comencé a escribir cuando aún vivía en la isla pero ya sabía que me marcharía. Ese gesto de salir para no volver tan recurrente en la gente de mi país, en mi caso específico estuvo asociado (como pasa a mucha gente en todas partes del mundo) con una situación personal amorosa. Pero eso no es todo. Esa circunstancia dolorosísima (el decidir si me marcharía o no) trajo consigo una serie de preguntas mucho más fuertes sobre mi origen, mi devenir como ser humano, como profesional, mi cotidianidad, mi razón de ser y especialmente sobre cómo sentía que en diferentes circunstancias y de manera recurrente se me ha percibido como sospechosa. Un ciclo que comenzó el día en que mi padre no me quiso reconocer como hija legítima y que, creía yo, terminaba con esta huida del país para irme a vivir con una amante que me doblaba la edad y que para colmo del sambenito traía con ella el interesante atractivo de vivir en la ciudad más famosa del mundo.
Sí, es un libro de autoficción, sin duda alguna.
En cuanto a la artista viajera, esa es, creo, la definición más feliz que podría hacer de mí misma. Gracias por regalármela. Tuve el privilegio (siendo cubana más que privilegio, el regalo divino) de comenzar a viajar a los 24 años. Pasé largas estancias para estudiar en Madrid en 2001 y en Valencia en 2004 y desde esas ciudades que amo intensamente por cuanto crecí en ellas, pude visitar otras capitales y pueblos europeos: Lisboa, Venecia, Florencia, París, Barcelona… Más tarde comencé a conocer a América Latina: México, Honduras, República Dominicana, Puerto Rico, Guatemala, Argentina y en cada uno de esos viajes integrar una visión del cosmos a mi limitada visión de niña de barrio pobre en una isla que solo interesa por su música y su maltrecha política. Todo eso se recoge en mis tres libros de cuentos y también en mis ensayos. Curiosamente, siempre que termino un viaje (y viajo intensamente) tengo la urgencia de escribir un texto… últimamente son poemas que espero poder recoger algún día en forma de libro.
Las ciudades son para mí gigantes casas que me reciben con diferentes estados de ánimo. En Ciudad México por ejemplo, siempre siento penas muy hondas, suelo pensar que es el modo en que los aztecas tienen para presentarse ante mí y tomar mi corazón sin cuchillos de obsidiana, son muertes lentas que sin embargo, no puedo evitar repetir. Madrid es una fiesta perpetua, el lugar del mundo en donde más he aprendido y más amada por mis amigos (la parte más importante de mi familia) me he sentido. Nueva York (tema aparte) es una caja de Pandora cotidiana. Al decir de Jo Labanyi, un perpetúo golpe que esquivar; sin embargo, no podría entender mis textos, ni a la persona que soy sin esa dramática y tantas veces divertida experiencia. Suelo decir que estos cinco años en Nueva York los siento como cinco siglos, que soy como el Orlando de la Woolf porque aquí he vivido muchas vidas, muchas pasiones – la lengua inglesa, la música, el cine, el teatro, los amigos- pero sobre todo he trabajado tanto tanto que a veces no puedo ni creerlo. Ese ciclo se está acabando y también sé que lo echaré mucho de menos.
AGB : Tu libro es de peculiar poética narrativa. Llama la atención su forma compositiva, densa brevedad, traslaciones temporales, formas de recordar. ¿Fue una elección consciente? ¿Algunos dioses tutelares?
MC: No, no elijo nada conscientemente. Soy muy visceral, muy intuitiva. La única cosa que al respecto podría decirte es que he leído más poesía que ningún otro género. Encima, las únicas dos veces que he amado ha sido a dos poetas que son a su vez exquisitas lectoras y con ellas hemos compartido un universo de lecturas que sin dudas afecta mi escritura. Mi respeto por ellas y por lo que representan dentro del corpus literario de nuestro país, me ha impulsado a tocar fondo en lo tocante a la poesía cubana en particular e iberoamericana en general. Hemos pasado madrugadas enteras leyendo versos en voz alta, como quien escucha una sinfonía que no quiere terminar. Así mismo, mi mejor formación académica no ha ocurrido ni en la Universidad de La Habana ni el Graduate Center de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (que no quiere decir que no deba y respete mucho a ambas instituciones), pero ciertamente lo mejor ha ocurrido en la casa de las Ediciones Vigía en mi ciudad natal (Matanzas, Cuba) y después en la ilusoria salita de nuestro estudio en West New York. Por la editorial, estuve viendo pasar desde mis quince años, a poetas de la talla de Fina García Marruz, Antón Arrufat, Antonio José Ponte, Damaris Calderón o mi querida Carilda Oliver, además de la definitiva experiencia vivencial y literaria de haber encontrado en ese lugar a Laura Ruiz. También allí descubrí a Anna Ajmátova, Boris Pasternak, Rimbaud o Anne Sexton. En el segundo espacio, he tenido el privilegio de conversar con Alina Galliano, Magali Alabau, Lourdes Gil, Maya Islas, Reinaldo García Ramos, Odette Alonso, Marielena Blanco, Iraida Iturralde, Javier Marimón y Jesús Barquet; además de encontrarme cara a cara con Wilde, Whitman o Silvia Plath. Conversar con esos vivos y esos muertos, ha ido aposentándose en mi alma y en mi memoria de modo definitivo y aunque no los emulo (no alcanzo a tanto) sale su presencia de continuo entre mis garabatos.
AGB: ¿Gravita la experiencia del posexilio en tu narrativa? Ser de origen cubano y nacida en los años en los años 70 ¿cómo ha marcado tu visión y maneras de rememorar? ¿Por qué la sospecha?
MC: Gravitan en mí muchas experiencias. Cargo con mi condición de cubana, la dolorosa marca del exilio histórico -pensando no sólo en los últimos 50 años, sino también en el siglo XIX: Cirilo Villaverde, Emilia Casanova, Narciso López, Carmen Miyares y José Martí- y también la de los balseros o los que cruzan la frontera mexico-estadounidense (mi propia experiencia) o las de los que residen con permiso del gobierno cubano en países europeos o latinoamericanos. Soy toda esa gente que no cree ni en las excusas del embargo económico con las que el gobierno de los Castro pretende explicarlo todo, ni en la eficacia de ese embargo para poner cierto alivio a las presiones que sufrimos todos los ciudadanos cubanos en cualquier lugar del mundo. Cargo también la experiencia de los blogueros o ciudadanos de la red que intentamos -sumados al coro de los raperos- descubrir la Cuba que no sale en los medios de difusión oficiales o en lo que reportan los chantajeados periodistas internacionales desde La Habana. Supongo que todo esto responda la manera en que la fecha en que nací marca mi devenir como miembro activo desde la diáspora en la sociedad civil cubana; mis marcas, mis visiones. Lo de la sospecha, arriba creo haberlo explicado.
AGB: ¿Tu libro pudiera ser de una memoria herida? ¿Cómo se relacionan memoria y olvido en tus textos? En relación a experiencias traumáticas ¿crees en la reconciliación de la memoria, lo que Ricoeur llama el “difícil perdón”?
MC: No, no creo en la reconciliación de la memoria. Mi memoria más dolorosa me persigue, aunque curiosamente soy una persona (por lo que me cuentan y reflejan los otros y por lo que yo misma siento en mi día a día) muy alegre y optimista; pero mis pozos de tristeza son insondables. Padezco la amarga sensación de haber sido tratada con injusticia por aquellos a quienes debemos lo mejor o peor que hay en nosotros: mis padres.
Gracias a Dios tuve una abuela y una santa trinidad de tías que aliviaron mucho ese dolor de los primeros años; pero tal y como puedes ver en el libro, mi piel está muy tatuada. Quisiera olvidar. Creo que es el único camino hacia el perdón verdadero. Pero como también temo a lo que pido (no vaya a serme concedido, decía Santa Teresa) padezco un miedo atroz a la falta de memoria, la cual me provoca, a la par que horror, gozos tremendos. Como ves, es un dilema. Y la escritura (como tan claramente se refleja en el par de cuentos de este libro: “Escrituras”-“Borraduras”) me salva a ratos. Creo que, como no puedo olvidar, escribir me alivia y ahí voy “del timbo al tambo”.
Aimée G. Bolaños es autora, entre otros, de El Libro de Maat (Brasil, 2002), Las Otras. Antología mínima del Silencio (España, 2004), Poesía insular de signo infinito. Una lectura de poetas cubanas de la diáspora (Betania, 2008) y Las palabras viajeras (Betania, 2010)
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